Desde hace casi treinta años, cuando llega el mes de agosto, mi mujer, mi hijo Eloi y yo nos escapamos a descansar y desconectar a Coma-ruga, un pequeño pueblo de la Costa Dorada, en la provincia de Tarragona. Veraneamos en este pueblo porque nos gustan sus playas, su tranquilidad de día y su ambiente de noche; sus gentes nos acogen en calidad de vecinos y la verdad es que nos sentimos como autóctonos durante unas semanas. Este año nos ha coincidido con el lanzamiento de varios proyectos de comercio electrónico y sólo hemos estado dos semanas, la primera y la última de agosto.
Una vez allí, entramos en una rutina veraniega de esas a las que te acostumbras rápidamente, te levantas por la mañana tarde, gastas unas 350 kilocalorías en una hora de bicicleta, un buen desayuno, de esos en los que no falta de nada, dos horas de playa tomando el sol y “surfeando”, vermut de terracita, comida, siesta de escándalo, café con hielo para espabilar y más playa leyendo un buen libro y viendo cómo el sol empieza a caer entre el mar y la montaña, ducha, ropa de bonito y a por el paseo del anochecer cogidos de la mano, gozando del momento y preguntándonos dónde ir a cenar… Idílico, ¿verdad?
Lee el post entero en: ContuNegocio.es (3 de Septiembre del 2015).